Abuelo Pepe es un viejo raro. A veces, cuando se le ve y se le oye, parece un viejito, pero cuando se le escucha y se le conoce, revela su verdadera esencia de viejo bravo.
Habla como si estuviera haciéndome un cuento antes de dormir. Pero yo, a mis veintiséis años, lo que busco es historias para permancer despierto, que me abran los ojos, y esas son las historias de abuelo Pepe.
Cuando ya creíamos que no podíamos saber más, que Internet tenía todas las respuestas, abuelo Pepe nos dijo que eso era muy bueno, pero que la inteligencia no estaba en las respuestas que tenemos, sino en las preguntas adecuadas. “En la capacidad de interrogarse va a estar la cosa”, dice. Llama a la pregunta, la admirable alarma.
Abuelo Pepe es un viejo importante, un viejo con poder, sin embargo, todos dicen que es un viejo pobre. Él responde que “pobres no son los que tienen poco. Son los que quieren mucho. Yo no vivo con pobreza, vivo con austeridad, con renunciamiento. Preciso poco para vivir” y afirma que “el poder no cambia a las personas, solo revela quiénes verdaderamente son”.
En una ocasión le escuché decir que vive con poco porque para ser feliz hace falta ser libre y para ser libre hace falta tiempo. “Soy sobrio para tener tiempo, porque cuando tú compras con plata no estás comprando con plata, estás comprando con el tiempo de tu vida que tuviste que gastar para tener esa plata”, dice abuelo Pepe.
Recuerdo el día en que todos los viejos poderosos se reunieron y abuelo Pepe llegó tarde. El tenía derecho de entrar al banquete, pues es también un viejo poderoso, pero el gorila de la puerta, al ver que llegaba solo y vestido como un viejito (no como los otros viejos poderosos), le prohibió pasar. Todo se solucionó rápido, y abuelo decía “no los culpo. Si yo viera que alguien como yo quiere entrar solo a semejante lugar, tampoco lo dejaría”.
Ya tiene setenta y ocho años, fue guerrillero. Nació en una época en que los hombres eran machos, varones, masculinos, heterosexuales y conservadores, pero asiente el matrimonio igualitario porque, según él, las parejas del mismo sexo son más viejas que Marte y que el gobierno se meta en eso a estas alturas es una hipocresía.
Como viejito sabio que es, entiende que los problemas se atacan desde sus causas. Desaprueba la drogadicción, pero aprueba la legalidad de la marihuana porque sabe que el gran problema de América Latina no son los drogadictos, que son enfermos, sino los narcotraficantes, que son criminales.
Lo mejor que tiene abuelo Pepe, es que es un viejito sabio sentado reflexionando en un sillón, pero además, es un viejo rudo que convierte en realidades esos sueños de anciano que recurda cuando fue joven. Esa es la esencia de su éxito: un anciano que recuerda que fue joven, un presidente de Uruguay, que no se olvida de que fue guerrillero.
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